Al principio, cuando escuchás palabras como “cáncer”, “terminal”, “incurable” te sumergís en un estado indescriptible de estupor, tristeza y pavor. Te llenás de miedo porque estas palabras acompañan a la inevitabilidad de la muerte. A medida que pasa el tiempo, segundo a segundo, día a día, empezás a darte cuenta que en esta vida no hay nada vivo que no sea terminal. La impermanencia nos rodea. Entonces el perfume de la flor, la sonrisa de quienes te rodean y el agradecimiento a esta mañana que te despertó y encontró viva se hace maravilloso. Claro que deseo fervientemente más días en la Tierra, pido tiempo para ver crecer a mis hijas y conocer sus vidas de adultas, pido tiempo para poder dejar mi granito de arena en pos de un mundo más conectado en tiempos de conexión de redes y desconexión de seres, pido más atardeceres, más mares, más montañas, más lunas. Al estar acosada por la muerte me siento más viva, más agradecida, más completa. Y me recuerdo en cada segundo de mi existencia que nada es permanente.

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